—
Yo sé que es lo que te ronda la cabeza —dijo Elmeroth tras un breve silencio incomodo —, sé que es lo que te
mueve, Ryke. La venganza por una madre asesinada; el amor de una joven belleza,
tan pálida como la nieve y tan morena como un cielo nocturno; la leal amistad
de unos amigos.
Ryke volvió a mirarle y descubrió que el vampiro tenía una crispante
sonrisa dibujada en la boca.
—
¿Y qué? —dijo con un
tono más adusto de lo que pretendía.
—
¿Quieres que se haga justicia por tu madre?, reclámala.
¿Quieres encontrar el amor en esa joven?, déjame ayudarte. ¿Quieres pasar la
eternidad con tus amigos?, pídemelo.
«Falsas promesas», recordó Ryke.
—
Quédate con nosotros —prosiguió Elmeroth mientras
los reflejos morados de sus ojos centellearon —, y todos tus deseos llegaran a
su debido tiempo. Quédate, y llegado el momento te convertiremos en uno de
nuestros mejores aliados.
—
Me quedaré aquí —comenzó diciendo Ryke, aun con
su tono adusto—, hasta que Belmmael me diga lo contrario.
Elemeroth no borró su sonrisa, pero debajo de esta no había felicidad
alguna.