—
¿Disfrutas de tu última semana de vida? —Los ojos
verdes del vampiro brillaron, a pesar de la oscura profundidad que estos
contenían.
—
¿Dónde te has dejado el bozal, Saithor? —se burló
Flevian.
El vampiro rubio se detuvo en secó y le dirigió una sonrisa divertida.
—
¿Crees que defender al mocoso te convierte en una
criaturita buena? —le espetó—. Intentas limpiar tu pasado, borrar una mancha
que se ha ceñido a tu piel y de la que eres incapaz de desprenderte. Pero es tu
naturaleza, eres como yo, no intentes convencerte a ti mismo.
Flevian apartó a Ryke a un lado y se acercó a Saithor.
—
Tal vez consiga librarme de aquella mancha antes
de malograrme, la correa no me favorecería—le respondió mientras se acariciaba el cuello.
—
Tejes tu propio destino, tesorero. Y estas utilizando
una seda muy mala.
Ambos vampiros se miraron con tanto odio y desprecio como fueron
capaces.
—
¿Sabes lo que te esperará cuando el cuerpo de ese
mocoso y el de sus amigos cuelguen inertes por el extremo de una cuerda? —amenazó
Saithor, desafiante.
—
La muerte, con toda certeza—dijo Flevian con
naturalidad—. Y la absolución a todos mis pecados.
—
Tus pecados te perseguirán vayas al infierno que
vayas.
—
¿Y los tuyos no?
Saithor rio su pregunta en silencio. Miró a Ryke y acercó su rostro al
de Flevian.
—
Yo soy el pecado —confesó.