lunes, 27 de mayo de 2013

Alma negra

—    ¿Disfrutas de tu última semana de vida? —Los ojos verdes del vampiro brillaron, a pesar de la oscura profundidad que estos contenían.
—    ¿Dónde te has dejado el bozal, Saithor? —se burló Flevian.
El vampiro rubio se detuvo en secó y le dirigió una sonrisa divertida.
—    ¿Crees que defender al mocoso te convierte en una criaturita buena? —le espetó—. Intentas limpiar tu pasado, borrar una mancha que se ha ceñido a tu piel y de la que eres incapaz de desprenderte. Pero es tu naturaleza, eres como yo, no intentes convencerte a ti mismo.
Flevian apartó a Ryke a un lado y se acercó a Saithor.
—    Tal vez consiga librarme de aquella mancha antes de malograrme, la correa no me favorecería—le respondió mientras se acariciaba el cuello.
—    Tejes tu propio destino, tesorero. Y estas utilizando una seda muy mala.
Ambos vampiros se miraron con tanto odio y desprecio como fueron capaces.
—    ¿Sabes lo que te esperará cuando el cuerpo de ese mocoso y el de sus amigos cuelguen inertes por el extremo de una cuerda? —amenazó Saithor, desafiante.
—    La muerte, con toda certeza—dijo Flevian con naturalidad—. Y la absolución a todos mis pecados.
—    Tus pecados te perseguirán vayas al infierno que vayas.
—    ¿Y los tuyos no?
Saithor rio su pregunta en silencio. Miró a Ryke y acercó su rostro al de Flevian.
—    Yo soy el pecado —confesó.