Hubo unos segundos se intenso silencio, hasta que, finalmente, Elmeroth se incorporó y avanzó hasta situarse entre el juez, el acusado y su defensa.
— Hace casi una semana, el joven huésped elaboró un plan con sus amigos mortales para robarnos ciertas reliquias y tesoros importantes de los que yo le había hablado con anterioridad. Aprovechó las horas altas de la noche para escapar con Belmmael, brujo de Phyrelion que conspiró contra nuestra causa, y que, junto con algunos traidores, intentan arrebatarnos lo que nos pertenece. Tenemos testigos que alegarán que robaron ciertas reliquias de suma importancia, que tramaron planes con traidores, y que asesinaron a Isabella en plena calle de Burgos, bajo la mirada de innumerables civiles mortales. Además, él…
— Nosotros también tenemos testigos que desmentirán esas falsas acusaciones —volvió a interrumpir Helmes con frialdad.
— No obstante —volvió a hablar el juez—, este resulta ser un tema bastante grave como para pasarlo por alto. —Se giró dando la espalda a Ryke y miró a los Devictus, que escuchaban todo con atención y en silencio—. Procedan.
Hubo intercambios de mirada, asentimientos y murmullos. Entonces uno levanto la mano, dos, tres, diez. Ryke sintió un sudor frío recorriéndole la espalda. Quince, veinte manos levantadas. Helmes suspiró, Elmeroth enseñó sus colmillos en una sonrisa tan maléfica como sus intenciones.
El juez miró a su alrededor, luego echó un vistazo al muchacho y asintió.
— El juicio se celebrará en una quincena —anunció—. Se levanta la sesión.