Al día siguiente, lo peores temores de Ryke se hicieron realidad:
— Me voy —le dijo Helena.
El muchacho sintió hormigueos y casi le entró un ataque de pánico. Sus síntomas febriles no habían remitido, y su cuerpo parecía desaparecer poco a poco según pasaba el tiempo.
— ¿A dónde vas? —logró preguntar sin trabarse la lengua.
— He de hacer algunas cosas antes de que todo esto acabe —le respondió ella mientras le acariciaba la mano—. No puedo darte más detalles, lo siento.
El pánico le invadió.
— No, por favor, no me dejes solo —trató de agarrarla fuerte de las manos, pero la fuerza se le escapaba por los poros.
— Lo siento, de verdad. —El semblante de Helena era triste y nada alentador. Ryke trató de incorporarse, pero solo consiguió erguirse un poco antes de desplomarse de nuevo en la cama. La vampiresa puso sus manos en el rostro congestionado por el terror del muchacho—. Espero que algún día lo entiendas.
— He de entender muchas cosas, y no me va a dar tiempo. —Ryke hizo un esfuerzo por alzar la voz, pero fue en vano—. No te vayas…
Contra toda súplica, Helena apartó sus manos del rostro de Ryke con una caricia fría y se marchó sin ni siquiera dedicarle una última mirada. El muchacho no quiso aceptarlo, y se levantó tan bruscamente que sintió unas fuertes punzadas en sus articulaciones. Cayó al suelo y se dio de cabeza contra el sillón donde Helena estaba sentada. El mundo de Ryke se oscureció, y el silencio se adueñó de su vida. Sintió que su corazón se convertía en un pozo oscuro y profundo, tan vacío como su alma.
«Se ha ido», se repetía en su mente. Sabía que no volvería a verla, y eso le atravesaba como si le clavaran un puñal al rojo vivo. Se quedó tendido en el suelo, renunciando a seguir luchando, a insistir, a vivir. ¿A quién quería engañar? ¿Cuándo pudo pensar que aquella locura de misión podría tener un final feliz? Belmmael se equivocaba; y ahora todos habían muerto.