— Algún día entenderás, que todo lo que nos sucede
es por una causa mayor —le dijo Belmmael con voz pausada. La chimenea
crepitaba débilmente a sus espaldas y la luz proyectaba sus sombras contra la
pared completamente blanca a pesar de la oscuridad.
— ¿Qué clase de causa podría provocar esto? —le preguntó Ryke.
— Aquella que consigas cuando el destino te brinde la oportunidad.
Ryke mantuvo su mirada perdida en las inquietas sombras de la pared.
— ¿Y cuándo me maten?
— No puedes morir —replicó
el anciano.
El muchacho se fijó mejor en su alrededor. Se encontraba en una sala
grande, sin techo y con paredes tan
lisas y uniformes como las aguas en calma de un estanque. Tanto él como el
brujo se encontraban sentados en un par de butacas blancas a espaldas de una
chimenea de llamas azules.
— ¿Estoy muerto? —volvió
a preguntar el muchacho.
— No —Belmmael sonrió—. Aun tienes un papel importante que desempeñar en
esta vida.
— ¿Y por dónde empiezo?
— Oídos sordos a las falsas promesas —respondió el anciano tras
acomodarse mejor en la butaca—. Los hilos de este mundo los mueven las palabras
de aquellos que saben usarlas. Las guerras, los enfrentamientos y los
asesinatos son solo trucos, artimañas para confundir.
— Si, Elmeroth parece ser un experto en ello —asintió Ryke—. Las
apariencias engañan.
Belmmael asintió.
— Mucho me temo, mi joven muchacho, que en el mundo
en el que te vas a ver inmerso, las apariencias engañan más de lo que te
imaginas.
Ryke le miró con asombro.
— ¿Insinúas que no debo confiar en nadie?.
— Confía en tus amigos —dijo el brujo—, en los que te quieren. —Hizo una mueca de dolor—. Tal
vez en aquellos en los que jamás pensarías confiar.
— Me lo pones difícil —«Mis amigos se han ido para no volver»
— El mundo real no es como en las películas. —Sonrió Belmmael.
— Entonces los malos ganarán.
— Es posible —asintió el anciano con total naturalidad—. Peros si no
hacemos nada ganarán de todas maneras. ¿No te apetece ponérselo difícil?
Ryke le devolvió la sonrisa.