Ya era tarde, y la ciudad dormía. Algún coche deambulaba por la
carretera montando escandalo con la música a todo volumen, y algún borracho
caminaba por la acera como si fuera un campo de minas. Se toparon con varios
grupos de jóvenes que volvían sus cabezas para mirar a Helmes y a Ifil. No era
de extrañar: resaltaba a la vista que no eran normales. Tenían una forma de
andar rígida y elegante. Sus miradas eran propias de depredadores y no
mostraban vacilación alguna. Sus pasos eran seguros, y sus movimientos firmes.
Sus ojos reflejaban las luces de las farolas como espejos apantallados de diferentes
colores. Sus pálidos y perfectos rostros podrían, como mínimo, producir respeto;
probablemente hasta terror en algunas personas. Desprendían seguridad en sí
mismos, y hacían que Ryke se sintiera seguro al estar con ellos. No obstante,
no bajaba la guardia, pues había visto a Belmmael morir, y cuando ves una
persona tan poderosa ser derrotada, te das cuenta que no existe nadie inmortal.
La muerte no discrimina.