Helmes se la quedó mirando. No era una mirada neutra, carente de
afecto o asustada. Su mirada transmitía todo lo que significaba Ifil para él. Todas
sus sonrisas, sus gestos y caricias. Sobre el brillo de su pupila se reflejaba cada
instante vivido con ella, cada mirada y cada sentimiento. Sus ojos brillaron
descomunalmente y se le dilataron las pupilas mientras la curvatura de sus labios se acentuaba.
—
Si pudieras llorar…¿estarías llorando? —le preguntó
a la vampiresa extendiéndole la mano.
—
Si tuviera corazón —ella le cogió la mano de
buena gana—, estaría destrozado…
Memorias de sangre y acero: Vientos Helados.
Capítulo 20.
Tempestad.